Linz
Linz, invierno 2012
Cae la nieve y tu abrazo hace que la pereza se apodere de la tarde, siento que tu aliento se hace cada vez más lento hasta que comienza a ser un ronquido rítmico, un rumor en mi oreja que difumina el brillo del fuego, yo también me quedo dormido. Cuando me despierto no me atrevo a abrir los ojos, el sofá se ha vuelto extrañamente blando y el calor de tu abrazo ha desaparecido. Has abierto la ventana. Al fin miro a mi alrededor y atónito compruebo que todo ha cambiado, parece un episodio de dibujos animados hecho con materiales reciclados. Ni siquiera estoy en casa, me encuentro acurrucado en un banco de la entrada de una cabaña de madera y plástico, ha dejado de nevar. Debo estar soñando. Grito tu nombre y el eco me responde. La ladera está llena de cabañas surrealistas, construidas por los duendes del reciclaje en una borrachera inspirada. Trineos de plástico convertidos en macetas, puertas de madera separando fincas, perchas de hierro que sirven de vallas, bolas de navidad que son espejos: todo el catálogo del basurero se despliega ante mi para demostrarme que los hermanos Grimm han llegado concienciados al siglo XXI. Me levanto aterrado y miro por la ventana de la cabaña, no hay nadie pero dentro están mis cosas desordenadas, como si llevase tiempo viviendo aquí. No sé si es el frío lo que hace que me tiemblen tanto las piernas. Sin pensarlo saco la llave que tengo dentro del bolsillo y entro. Apoyo la espalda en la puerta detrás de mi y me dejo resbalar hasta sentarme en el suelo. ¿Dónde estoy?¿Qué me ha traído hasta aquí? Una sensación de ahogo me oprime el pecho. “Tienes que calmarte, debes estar soñando”. De un salto me pongo en pie, cojo la cajetilla con el mechero y consigo encender un tembloroso cigarro. Me quedo horrorizado al ver que mis manos son también las de un dibujo animado, vago recuerdo del personaje que vi esta mañana peinándose frente al espejo. Nada ya es real. Nadie va a creer lo que estoy viendo. Tengo que encontrar la cámara. Busco dentro de la mochila que me regalaste ayer, -¿cómo puede estar aquí?- Sólo hay ropa, revuelvo las mantas del sofá y al levantar la cabeza ahí está, sobre la única balda que viste la pared. Cuando la cojo parece de juguete, pruebo y dispara mis 50mm como el primer día. Miro por la ventana, nadie. Me armo de valor y salgo, grito otra vez tu nombre, eco, nadie. Me alejo 4 o 5 pasos, giro sobre mi mismo y tiro la primera foto. El tiempo comienza a detenerse y la sensación de irrealidad se hace cada vez más fuerte mientras la cámara no para de decirme: “Sigue, están ahí.” Las imágenes me atrapan, los detalles se revelan y asumen el primer plano. No puedo frenar la mano, he dejado de pensar. Encuadre sobre encuadre voy flotando entre las cabañas y sus habitantes: mangueras, invernaderos, cubos, arbustos, latas, farolas, hornos, sillas, escalones, vallas y nidos y nieve, sobre todo y bajo todo, nieve.